jueves, 27 de julio de 2017

Cambiando el rumbo

Ahora que ya sé con claridad que no voy a poder hacer magisterio infantil en la universidad... sólo me quedan dos opciones, la primera, hacer el módulo superior en educación infantil, y la segunda... la segunda opción podría dar un vuelco a toda mi vida.

Con mi nota, no sería descabellado pensar en entrar a trabajo social, un grado universitario con múltiples salidas en diferentes campos laborales, administración pública, servicios sociales, justicia, educación... y donde me gustaría profundizar, en las ONGs.

Siempre pensé que cuidar de los niños era una prioridad internacional, ellos serán los herederos de la Tierra, y, por desgracia, hay millones de niños alrededor del mundo que no tienen el privilegio de la educación, así que...

Primero pensé en un voluntariado a cualquier país del mundo durante los años que establezca la organización con la que colabore, pero luego me di cuenta de que para ir a determinadas regiones, hace falta vacunarse de algunas enfermedades y... en ese proceso intervienen agujas, así que pensé en otra cosa.

Puedo intentar hacer el grado de trabajo social, y si lo consigo acabar, hacer el módulo superior en educación infantil de dos años, si hago eso... creo que me gustaría ir a pueblos o a países con bajos recursos económicos o con un sistema de educación deficiente y trabajar allí con niños, en reformatorios o internados. No sé, quizá todavía exista alguna esperanza.

Por otra parte... mis niños pasan a bachillerato.

Se han hecho muy mayores, todavía me acuerdo de cuando medían sólo dos centímetros más que yo, ay, mis pequeños superdotados...

Chincheta va a hacer el bachillerato de la salud y el tecnológico, ha hecho una combinación algo suicida y se ha decantado por ella.
Mateo, irá a letras, con mi hermano, se creen que, porque no tener matemáticas, va a ser algo fácil... pobrecillos, ya se darán cuenta.
Y Saúl... Saúl creo que va a hacer el de ciencias de la salud, pero no estoy muy segura, siempre comenta que le gustaría ser fisioterapeuta, pero también programador, de todas formas, no tengo ninguna duda de que le irá bien.

Los veo tan pequeños que no me puedo creer que, hace un año, yo estaba en su piel, pensando en qué elegir. Sólo nos separan dos cursos académicos pero... no sé, aunque ahora soy más consciente que nunca... creo que siempre los veré como esos niños de primero de la ESO que iban perdidos de un lado para otro en el recreo, con los que me escondía detrás de la casa blanca cuando no quería ir a clase, aunque ellos me obligaran a ir al final, con los que jugué tantas veces al fútbol y a la consola...

Me da algo de pena dejar todo eso atrás, sólo quedan fotos y vídeos de aquellas experiencias pero... todavía tengo a mucha gente que conocer, quizá encuentre a otro grupo de niños perdidos, o puede que alguien me encuentre a mi y me guíe estos años, no sé qué puede pasar pero... ellos siempre serán mis niños, mis pequeños, a los que tengo que cuidar y proteger, sin cortarles las alas y dejando que vivan libres.

miércoles, 19 de julio de 2017

No me esfuerzo

La profesora de gimansia se jubiló el curso anterior, y, para este año, vino un profesor nuevo. Sabía que todo iba a cambiar un poco, pero... no me esperaba para nada el resultado.

Resulta que este curso no iba a tener educación física, sino una nueva asignatura de una hora semanal llamada "Mantenimiento físico" que, según nos había explicado la antigua profesora, consistía en que el alumno tuviera una hora semanal para aprender a mantener una forma física y poder prestar un rendimiento aceptable.

Siempre me han encantado los deportes, todos ellos, pero se me dan mal la mayoría por un serio problema de coordinación, y, por ello, desde muy pequeña me han metido en deportes que requerían únicamente coordinación simple, como fue el kárate y el judo, mejoré bastante y llegué a pensar que ya lo había solucionado por completo, pero... en cuanto lo dejé, los problemas empezaron a reaparecer.

Sin pensarlo mucho, elegí mantenimiento físico como materia, al igual que muchos otros alumnos, y la sorpresa fue notable al comprobar que, la gran mayoría, no acudían a esa clase, pese a haberla escogido, y es que, claro, era justo después del recreo, piraban recreo, salían del instituto y no volvían hasta quinta hora.

Al principio, me dan igual, menos gente con la que compartir clase. No me gustaba como el profesor daba la clase, se tiraba media hora hablando y luego, vente minutos repitiendo el discurso, las clases eran aburridas y lentas, y, encima, nos pedía que hiciéramos actividades grupales, y fue entonces cuando comenzó todo el lío.

En esa clase sólo había pijas y gilipollas, quitando a seis o siete personas, los demás, todo basura. Se metían con los demás por el físico, eran los primeros en reírse ante una agresión, solían hacer comentarios machistas y, la atención de las chicas giraba entorno a los chicos, y la atención de los chicos giraba entorno al cabecilla de grupo, que tampoco tenía muchas luces. Y... obviamente, una cría enana, gorda, fea y callada, era el blanco perfecto para todas las burlas, ya lo había sido durante dos años por los pasillos del instituto, nunca a la cara, pero dolía igual.

El caso es que, en la segunda clase, el paisano nos mandó hacer un puente con picas apoyadas en nuestros hombros, de manera que creamos un pasillo de finos palos de madera a medio metro del suelo, y pretendía que todos fuéramos pasando por el, relevándonos los unos a los otros. Dio la casualidad de que esa semana estaba costipadísima, y, encima, aquella clase fue al aire libre, lo que hizo que los ojos se me iritasen todavía más, y, si ya de normal veo mal, aquello iba a ser imposible. Aguanté mi puesto y ayudé a los que iban pasando, pero entonces, me quedé la última y el paisano me increpó y me acorraló para que le dijera por qué no quería hacerlo, anunciando, alto y claro, que el ejercicio no estaba superado porque yo no quería hacerlo. A pesar de los problemas físicos, no tenía miedo a caer, si caía, me levantaba y ya, el problema eran las burlas, los susurros a las espaldas, que, al llegar al vestuario, se hicieron más que claros. Las niñas decían que era tonta, que nunca quería hacer nada, que en inglés tampoco hacía nada (Tengo tres títulos oficiales de inglés, el nivel del instituto se me quedaba muy abajo) y un sin fin de reproches y críticas sin fundamento.

La verdad es que tengo un carácter muy fuerte, y cuando me insultan o me hacen de menos de manera tan despectiva, la adrenalina inunda mi torrente sanguíneo en cuestión de segundos, y me sería relativamente fácil agarrales por las cuencas oculares y estamparles el cráneo contra una pared, pero, he aprendido a controlarme, y es horrible, porque estoy como una hora con sudores fríos y temblando, aunque, si dejo rienda suelta a mis impulsos, esa fase de temblores también se produce, no con la misma intensidad pero no es mucho mejor, y, por ello, decidí guardar en mi memoria aquel suceso, esperando que no se volviera a repetir.

Y tenía razón, no se volvió a repetir hasta el último trimestre.

La asignatura había sido una completa decepción, bueno, más bien, la decepción fue el profesor, que, ni corto ni perezoso, subió la nota a aquellas personas que ni se molestaban en ir a clase, sólo iban el día del examen y hacían cuatro cosas, llegando al punto de dejarme en un examen a mi con un 6, la nota más baja de toda la clase, y, a otra niña que no había venido ni un sólo día, un 9, pero es que la cosa no acaba ahí, porque resulta que, casi todas las compañeras que estaban a mi alrededor, copiaron exactamente lo que yo estaba haciendo, y él les puso notas bastante más altas, cuando, repito, habíamos hecho exactamente los mismos movimientos.

En el último trimestre, teníamos que hacer todo en equipos de tres personas, yo me junté con una loca del piragüismo y una loca de las artes marciales y futura escritora de éxito. Ambas trabajan muy bien y son muy cuidadosas con los detalles, a veces, demasiado.

Lo que teníamos que hacer durante el trimestre era dar nosotros una clase, y, la primera, fue la de una niña que a penas aparecía por clase pero que sacaba notas bastante altas en esa materia. Nos dio una clase de sevillana y, llegó un momento en que tuvimos que ponernos en parejas y él vino directo a mi grupo y me separó de ellas, me quedé totalmente sola, nadie quería bailar conmigo, y, como era de esperar, me cerré en banda a seguir bailando. Como ya he explicado, me cuesta muchísimo coordinar y me llevo mal con prácticamente todos los de aquella clase, pero el paisano empezó a echarme la bronca, que si era una maleducada, que si no participaba y, queriendo recurrir al tópico de la mujer marimacho que odia todo lo relacionado con los roles femeninos clásicos, me acusó de tener prejuicios, no sólo contra el baile, sino también contra la alumna que estaba impartiendo la clase, y, como no, ahí metió la pata de una manera descomunal, pues a mi el baile me encanta y las sevillanas, más, y, encima, el año pasado había ido a unas clases un poco de broma con aquella misma chica ya que la academia de baile nos dejaba hacerlo. Además de eso, interrumpió la clase en numerosas ocasiones para resaltar a los demás compañeros que yo me había negado a participar, sin embargo, en el otro extremo de la clase, sentado en un banco, con la gorra y vaqueros, había un chico con el móvil que tampoco quería participar, pero claro, a él no le dijo nada...

El resultado final fue que tuve que hablar con la tutora y fuimos ambas a presentarle un informe donde se plasmaban de manera oficial mis problemas de coordinación, además de otros relacionados con la interacción con otras personas, donde, además, venían anexos unas pautas de interacción para el profesorado, las cuales, él había incumplido casi en su totalidad.

Él empezó a quitarle importancia, y volvió a sacar el tema de los prejuicios, y fue entonces cuando le dije lo de las clases de baile precisamente con aquella chica y entonces se empezó a poner nervioso, y dijo que tenía cosas que hacer y pospuso la conversación para otra ocasión, dejándome llorando delante de un montón de gente que contemplaban la escena.

Por último, tuve que hacer un vídeo con mis compañeras haciendo una actividad física y decidimos enseñar unas llaves simples para defenderse de robos en la calle. Costó mucho trabajo pero lo entregamos a tiempo.

Mis compañeras, haciendo lo mismo que yo, tuvieron ambas un 10, mi nota fue un 6.

El problema más grande es que de media de bachillerato tengo un 6, y, al hacer la media con la selectividad me queda otro 6, que no es mala nota, salvo porque me piden un 6,071 para entrar en el grado de magisterio infantil.

Pero supongo que me lo merezco, ¿No? No me esforcé todo lo que debía, ¿No? No podría ser que puso notas muy injustas, ¿No? Es un profesor, calificó a todo el mundo basándose en unos estándares, ¿No?

De todas formas ¿Qué iba a hacer yo de profesora? Era mi sueño, poder ayudar a niños como yo a integrarse, a tener una infancia normal, tanto en clase como en casa, o, simplemente, a hacerles sentir que no son raros, que no son balas perdidas, que no están solos, sólo quería que ningún niño sufriera por ser como es, y, precisamente por eso, me han arrebatado mi futuro, mi vida.

Quizá la sociedad no esté hecha para gente como yo, quizá todo el mundo tiene razón y no debería seguir, porque sólo existe un perfil válido, y es obvio que no cumplo con los requisitos pero... he llegado tan lejos... he conseguido llegar a la ESO, no he repetido ningún curso, no he tenido que pasar por diversificación, he pasado bachillerato... con todas las críticas y el acoso que he recibido durante años, con las peleas en casa, con mi propia voz interior gritando a todas horas, chillando desesperada, herida de muerte.

Pero, dejémonos de tonterías. El profesor fue justo, la asignatura fue completa, los compañeros amables y entregados, fui yo la que no me esforcé, la nota es justa.

Nunca hay que olvidar que este sistema no quiere a gente que luche contra él, sólo quiere que sus súbditos agachen la cabeza, no me he esforzado por ser normal, y eso lo reconozco, pero si no puedo cambiar el sistema desde dentro, habrá que derribarlo desde fuera. Ahora que he perdido a mi bebé de forma natural, no me queda nadie por quién luchar, pero tampoco nadie por quién vivir.