viernes, 4 de agosto de 2017

El reloj

Tras las manecillas de aquella tarde, se escondía la perfecta melodía de un reloj sin prisa, vencido por la edad, que avanzaba por el fluir del tiempo con los ojos cerrados, acaparando cualquier oportunidad para escapar de la tortuosa rutina sin alma.

Atormentado por aquella obra teatral llena de penurias, vivía la bestia, atrapada en medio de una feroz batalla entre las fuerzas invisibles que movían su mundo, atrapada entre las páginas en blanco de un diario mudo.

Tocando el áspero sabor del viento, la bestia se pasaba las tardes preparando la cacería que su dueña reclamará por la mañana, al frío alarido del alba, pero esta tarde fluía un extraño susurro entre la hierba, un rumor que se abría paso entre las corrientes de los ríos cercanos y llegaba hasta su oído, que examinaba con cautela aquella alteración del ambiente.

Una pincelada de color en una paleta de grises, un palpitante sueño que generaba el bostezo revelador abriendo paso a un sinfín de ilusiones y posibilidades, llenando cada rincón de la solución a la discusión dualista eternamente definida por los contornos difuminados de las mentes paranoicas de quienes ven lo que no hay y al contrario.

Fue sólo un segundo, pero bastó para atravesar su espalda como si una tormenta eléctrica se debatiera en el interior, liberando a un león herido que salía a la batalla mostrando unos relucientes colmillos, envenenados por la maldad más absoluta.

Desgarrado sus entrañas y ahogando su corazón, aquella mirada verde se clavó dentro de lo que ya no era un simple ser, atravesó cada fibra y cada respiración, y regaló un puñado de sal al reloj de arena sonámbulo, declarando un tiempo muerto a la gran incógnita que hacia proseguir el transcurso del tiempo a un ritmo tan dinámico.

Ahora lo sabía, sabía que no sabía nada, pues hasta ese momento, la vida que ya no podía haber sido real, había sido su apoyo existencial, pero ahora... sabía que era consciente, sabía que había algo, sabía que había alguien.

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