domingo, 23 de octubre de 2016

El Edén al otro lado de la puerta

Llevo dos semanas con Julián, estamos bien pero... a penas nos podemos ver. Sólo le veo un rato en el recreo y al salir de clase, que vamos juntos hasta su casa. Por las tardes, él trabaja y yo tengo que estudiar, así que la única solución es vernos los fines de semana, pero tampoco, porque mis queridos padres me arrastran con ellos a León todos los fines de semana, excepto este.

Resulta que este fin de semana, las estrellas se iban a alinear para poder tener un rato a solas con Julián. Iba a llover a mares en León, así que mis padres no querrían ir, y resulta que los padres de Joaquín, con todos sus hijos, se iban a ir de casa rural, lo que significa que su enorme piso iba a quedar vacío.

Le pedí las llaves a Joaquín, y él me las dio, me dictó un montón de reglas que no podía quebrantar bajo ningún concepto, entre ellas, no incendiar la casa y limpiar todo lo que ensuciasemos.

Todo iba a ser perfecto, teníamos cuatro horas, en un sitio íntimo y seguro, con toda clase de lujos y con un monopoli. Parece una tontería, pero nunca he jugado y me hacía mucha ilusión aprender.

Teníamos pensado pasarnos la tarde jugando al monopoli y viendo algo en Netflix, darnos mimos en el sofá y echarnos una siesta en la cama de invitados, después, podríamos cocinar algo, lavaríamos los platos y nos iríamos, pero... algo se interpuso en nuestro camino, como siempre...

Llegamos a su edificio, entramos en el portal y subimos en el ascensor. Le notaba temblar, yo también estaba temblando, y eso que no íbamos a avanzar en el campo físico, pero sí que íbamos a descubrir más cosas el uno del otro, y eso nos asustaba a ambos.

Llegamos al piso y metí la llave en la cerradura.

La puerta se abrió y, con ella, un futuro brillante y prometedor.

O eso se supone, porque, en realidad, la puerta nunca se abrió, los padres de Joaquín habían puesto el seguro por dentro.

Tras este brutal encontronazo con la realidad, nos quedamos en el rellano, riéndonos de nuestra mala suerte.

Pensé que todo estaba perdido pero... Que va, nos quedamos ahí, abrazados. Hablamos de todo y más, nos dimos muchos mimos y nos reímos.

Nos faltó el monopoli y la privacidad, pero... la verdad es que disfruté mucho de ese día. De vez en cuando, mirábamos la puerta, sabíamos que al otro lado se encontraba un sitio idílico donde podíamos perdernos en los ojos del otro, esquivando las mortíferas agujas del reloj, que seguirían su avance hasta asestar la muerte del día, dejando fluir un río negro de estrellas apagadas que alumbrarían los sueños en el techo del cielo.

Una pena que no fuese así, pero va, algo es algo.

Luego, salimos y dimos un paseo, cogidos de la mano, y pasamos por un parque, donde nos encontramos con Paula y Jaime, unos amigos del instituto, y estuvimos hablando un rato, después, le acompañé a su casa, y estuvimos dándonos mimos y besos un buen rato.

No fue el día que me imaginaba, fue todavía mejor.

Obviamente no, pero al menos fue algo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario