miércoles, 24 de mayo de 2017

Mi graduación

El pasado viernes celebramos la graduación de segundo de bachillerato, que para mi, era sólo un paripé, pues no he aprobado, y todavía podría repetir.

La verdad es que... No sé, fue todo bastante mal.

Desde que empezamos el curso, mi madre me ha buscado vestidos para llevarlos ese día, hasta que elegimos uno viejo de mi prima, al que le tuvimos que poner una chaqueta negra para taparme los brazos.

Al principio, estaba muy contenta, mi madre estaba respetando mis decisiones, no quería maquillarme, ni arreglarme el pelo de manera especial, tampoco quería prescindir de la chaqueta y no quería que hicieran fotos. Pues bueno... todas las concesiones que, en su día, mi madre me prometió, aquel día y la noche anterior, desaparecieron por completo, convirtiéndose en imposiciones y con las amenazas correspondientes en caso de rebeldía.

Al parecer, como tengo unos brazos demasiado gordos, que es verdad, al poner una chaqueta negra me ensanchaba toda la figura al ponerme de perfil, y estuve luchando, rogando, más bien, para que no me obligara a ir sin la chaqueta, cosa que conseguí, y pensé que ahí se había acabado todo, pero que va...

La noche anterior, mi madre sacó un estuche de maquillaje enorme y se puso a pintarme la cara como si nada. Lo peor, fue la raya del ojos, porque mi madre ve muy mal y el pulso lo tiene fatal, creí que no lo había pasado tan mal en mi vida, hasta que, llegó la hora de desmaquillarme, donde me echó hasta acetona para quitarme el rimel y todos esos potingues que me había puesto, y, cómo no, me irritó muchísimo los ojos.

Al día siguiente, en clase, me llegó un mensaje de mi padre, diciendo que mi madre me había pedido hora en una peluquería cercana a casa, y les había dejado instrucciones. Salí del instituto después del recreo y fui para la peluquería, donde me encontré con Nosti y la lame culos de su "amiga" con su madre, la señora más desagradable y repipi del mundo.

Cuando me cogieron, la peluquera me comentó que iban a llevarse mucho las ondas, pues era lo que les iba a poner a ellas, y entonces se me iluminó la bombilla, y pensé que, ya que todas iban a ir iguales, ¿Por qué no destacar? Y le dije que me pusiera, con la raya de lado, tres trenzas de raiz en la parte derecha, mientras que la melena quedaba suelta y rizada.

Obviamente, a mi madre esto no le hizo gracia, y a mi padre tampoco, pero como estaban ambos muy concentrados en arreglarse, no me gritaron mucho, y, por suerte, tampoco les dio tiempo a maquillarme, sólo a ponerme antiojeras, ya que los últimos cuatro días no había dormido nada, despertando cada dos horas, y tenía unas ojeras muy profundas.

Esperamos a mi tía, mi ejemplo a seguir, y fuimos en coche hasta allí, con mi madre diciendo todo lo que me iba a salir mal y que no me merecía estar allí porque no había aprobado a la primera, como siempre, bajo la compasiva mirada de mi tía, que no podía hacer otra cosa que apoyarme en silencio.

Cuando llegamos, pensé que sólo tenía que ir con mis amigos, que ya había pasado todo, pero no, mi padre sacó la cámara y me obligó a estar parada, al lado de ellos para hacerme fotos. Vamos a ver... yo, con ellos, en mi vida cotidiana, no tengo casi relación, por no decir que nunca me han ayudado a afrontar mis retos académicos, ¿A caso creen que por hacernos fotos juntos ya somos una familia normal y feliz? Porque esa es otra, durante el tiempo que estuvimos fuera del salón de actos, ellos no se separaban de mi, mostrando, sonrientes, una falsa realidad y haciéndome partícipe obligada de la misma.

Cuando por fin pude sentarme en mi sitio, en orden de lista, me di cuenta que ninguno de mis amigos de superdotados había venido, sólo Saúl, y porque también era la graduación de su hermana, además, el chico que se sentaba a mi lado, cambió su sitio con alguien que no había venido y me quedé totalmente sola hasta que apareció la otra chica que se tenía que sentar a mi lado, pero eso no me hacía estar menos sola.

Además, llevo como dos o tres semanas sin poder ver a mi novio, Julián, porque los horarios no nos coinciden, y por el móvil no hablamos nunca porque él pasa bastante de mi por ahí, me deja en leído cualquier cosa y... a penas establecemos una conversación de tres intervenciones cada uno.

Lo único que me alegró un poco fue ver a Saúl, que vino en muletas por un accidente que tuvo en la final de rugby. Me saludó con discreción y se fue con los demás familiares.

La verdad es que tenemos una relación atípica, pero yo le quiero, y él a mi, me está ayudando mucho a levantar la autoestima y a mostrar más carácter con la gente que me trata mal, yo misma estoy notando la mejora, pero no sé, por el móvil nos pasamos horas hablando y en persona me corto mucho, pero, por suerte, él tira de mi, me hace hablar, y, poco a poco, estamos consiguiendo mucho.

El caso es que la ceremonia empezó, y unos alumnos y unas profesoras soltaron unos discursos, de los cuales, no se entendía nada para la mala audición del lugar, sólo se entendían palabras sueltas, así que, tras una gran impotencia, desconecté del acto y me puse a divagar en recuerdos. Me di cuenta de que todos los demás estaban como yo, no entendían nada, pero se limitaban a sonreir y aplaudir, como si nada. Un evento plastificado, donde nadie es consciente de lo que pasa, mera fachada.

Después, pusieron un video con fotos viejas, donde, curiosamente, sólo aparecía el grupo del chico que había hecho el montaje.

Finalmente, nos levantamos de uno en uno y fuimos a recoger la banda y la orla, y, en mi caso, por un error de la administración, no me dieron ni mis fotos individuales ni la orla, y ni os imagináis la bronca que mis padres me echaron después, que si lo había hecho a posta, que les había puesto en evidencia, que era una sinvergüenza y una maleducada... en fin, lo de siempre.

Cuando por fin se acabó, salí, entre empujones de la gente, del salón. Al estar en la primera fila, la pantalla donde se había reproducido el video quedaba demasiado cerca de mi, y me había dado un terrible dolor de cabeza, a eso, había que sumarle la irritación en los ojos, que no se me había pasado y todo el cansancio acumulado durante los días anteriores.

Mi madre me agarró del brazo y me obligó a bajar con mi padre y mi tía, para luego obligarme a subir a la escalera, otra vez, y hacerme una foto con todos, que, al final, no hice porque me volvieron a decir que bajara otra vez para irnos a casa, pues estaban cansados de hacer el ridículo delante de todo el mundo.

En el viaje de vuelta, me estuvieron echando una bronca tremenda, que no sonreía, que daba pena, que iba cabizbaja, más el problema de la orla. Hice oídos sordos a todas las tonterías que decían, me dolía muchísimo la cabeza, y subí a casa a cambiarme rápido de ropa para poder ir a casa de mi hermano, con Adrián y Saúl que iban a estar allí también.

Mis padres me llevaron en coche, pues les quedaba de camino hacia el concierto de Rafael, y yo me deleité aquella tarde con las caricias de Saúl y sus suaves besos, atenuados por las atentas miradas y las bromas de Adrián y Alex, que procuraban dejarnos tiempo a solas mientras preparaban la cena.

El lunes, algunas profesoras me pararon para preguntarme qué me había pasado, y, la verdad, es que no me pasaba nada, salvo el dolor de cabeza que se me pasó enseguida, tras echar una cabezadita en el coche para ir a León. En casa, es como estoy siempre, es raro que sonría o que hable, era un día como otro cualquiera, salvo por el vestido y por la gente. Se ve que a mis padres sólo les importa la imagen que demos como unidad familiar a los extraños, sólo les interesa mostrar un escaparate donde todo está bien, como aquella graduación, en la que nadie entendía nada pero aplaudían, donde había gente suspensa pero se sentían aprobados. No es que me pasara algo, es que me pasaba todo, pero como cualquier día.

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