domingo, 21 de agosto de 2016

Yo tenía razón

¿Nunca te ha pasado que, en algún momento de tu vida, elaboraste una especie de teoría y cuando la presentaste ante alguien te dijo que eso no tenía ningún sentido?
Eso me ha pasado numerosas veces durante mi infancia, y, la verdad, da bastante rabia que los adultos nieguen sin explicaciones algo en lo que has empleado tiempo, pero, lo peor es cuando te haces mayor, y te das cuenta de que sí que tenías razón.

Hoy he encontrado un cuaderno de dibujo de cuando era muy pequeña, cinco o seis años, y me he puesto a recordar aquella "tontería" de teoría que me trajo tantas burlas de mis compañeros e, incluso, de mis padres.

Si has visto cualquier dibujo de un niño pequeño, te habrás dado cuenta de que suelen dibujar figuras con sólo dos dimensiones, longitud y altitud.

Pero resulta que yo no era así, yo dibujaba las tres dimensiones, longitud, altitud y profundidad.

Mis dibujos eran percibidos por todos como algo extraño, retorcido y feo. Por esa época, no le prestaba mucha atención al dibujo y sólo dibujaba cuando era absolutamente obligatorio, así que mis dibujos eran bastante simples y sin mucho interés.

Un día, en segundo de primaria, me sacaron de clase y me llevaron con una joven psicóloga, que me pidió que dibujase un árbol y una casa.

Yo me tomé mi tiempo y dibujé lo que me pedía, pero a mi estilo.

Cuando acabé, le di el dibujo y ella me preguntó por qué dibujaba las cosas con volumen.

Fue entonces cuando fui consciente de lo que significaba la profundidad.

Cuando llegué esa tarde a casa, tiré una hoja de papel sobre la mesa y empecé a pintar.

Llevaba un rato concentrada en eso cuando me di cuenta del mal estado de la mesa. Tenía varias partes rotas y pintadas, y empecé a pensar cómo sería la mesa antes de eso, así que empecé a dibujar las diferentes transformaciones que sufrió la mesa hasta llegar a su estado.

Cuando acabé, se me ocurrió pensar que, el alto, ancho y largo formaban parte de algo (Ahora sé que ese "algo" son dimensiones) y que el tiempo también debía formar parte de ese "algo", porque, aunque a la hora de dibujar, sólo se plasme la imagen presente del objeto, antes y después tendría otros aspectos, pero seguía siendo la misma.

Después de pensar esto, que no es nada más ni nada menos que el principio de la teoría de las múltiples dimensiones, se me ocurrió pensar en que, si existían varias versiones de la mesa, también existían varias versiones de los accidentes que habían hecho cada estropicio en su superficie, y decidí dibujarlos.

Obviamente, no sabía la historia de todos y cada uno de los rayones que tenía, pero sí que sabía algunos, la gran mayoría por mi culpa, y me dibujé a mi misma, en las diferentes etapas de mi vida, en las que realicé las acciones que estropearon la mesa, y fue entonces cuando pensé: Si existen varios yo, podría pasar que, por alguna cosa, algo se alterase y algo impidiese a un "yo" realizar la acción y, por tanto, habría una versión nueva de la mesa que estaría a parte de las otras mesas.

Es algo lioso, pero en su momento me lo expliqué a mi misma así.

Cuando establecí este pensamiento, fui corriendo a mis padres, con los dibujos que explicaban todo, y les dije la teoría que había armado.

Ellos, que trabajaban demasiado, me dijeron que eran tonterías y que me pusiese a hacer lo que hacían los niños normales: Estudiar.

Como no tenía nada que respaldase mis pensamientos, simplemente me olvidé de la idea.

Hasta muchos años después, cuando en clase de ética hablamos de la teoría del Eterno Retorno de Nietzsche.

El tema me intrigó tanto que empecé a investigar por mi cuenta, y de página en página, llegué a un sitio donde explicaban una singular teoría: La teoría de supercuerdas, que explica que:
"Las partículas y fuerzas fundamentales de la naturaleza en una sola teoría, que modela las partículas y campos físicos como vibraciones de delgadas cuerdas supersimétricas, las cuales se mueven en un espacio-tiempo de más de 4 dimensiones."

Resulta que la cuarta dimensión se trata del tiempo, y la quinta habla de los mundos posibles.

Es decir, que si algún adulto se hubiera tomado la molestia de intentar exprimir aquella pequeña idea que tuve... igual hubiese acabado por formular la teoría de supercuerdas al completo.

Na, ni de coña, ver las primeras dimensiones es algo relativamente sencillo que no tiene nada de interesante, pero bueno, me hubiese gustado que alguien me hubiese dicho que lo había hecho bien, que yo no era rara, simplemente era observadora... Pero no tuve esa suerte.

Y ahora, con diecisiete años, sólo puedo decir que... ¡Yo tenía razón!

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